La década de los años veinte ha pasado a la historia como uno de los momentos de mayor auge cultural en España. En parte, gracias a los numerosos hombres y mujeres de nuestro país, mayoritariamente pertenecientes a la clase media, que se vieron influenciados por las novedosas corrientes europeas. Aquellos años del pasado siglo, conocidos como locos o felices, tuvieron un denominador común: el ocio, que aumentó gracias a la reducción de la jornada laboral y a las innovaciones tecnológicas del momento. En las ciudades, ese ocio se focalizó en conocer los nuevos avances artísticos: las vanguardias del dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo, el futurismo o el cubismo. También en disfrutar de la radio, el cine, los cabarets, la aviación, la fotografía, la prensa, la música jazz o la literatura, representada en nuestro país por las generaciones de 1914 y 1927 —incluidas las femeninas—. Pero por encima de todas esas novedades, existió una actividad donde el tiempo libre agrupó a una mayor masa social: el deporte. Paralelamente a esos avances, una pequeña parte de la sociedad reivindicaba una nueva identidad femenina. Los dibujantes, principalmente Rafael de Penagos, fueron los responsables de ese nuevo prototipo de mujer; una mujer moderna que pretendía la igualdad de género. Ilustraron de forma idealizada, para la prensa y para la publicidad, a chicas jóvenes, esbeltas, atléticas, con nuevos peinados y, sobre todo, con ropas más confortables. Sin embargo, algunas mujeres de aquellos años, las vanguardistas, fueron más allá de ese ideal. También decidieron desprenderse del sombrero, incómodo e innecesario para ellas, pues esa prenda representaba la pleitesía en el saludo. Ese comportamiento, apodado sinsombrerismo, ha quedado para la posteridad como un símbolo de cambio en la conquista femenina, pues con ese descarado gesto hacían ver que su papel en la sociedad debía ser igualitario. Precisamente la misma conducta que llevaron a cabo en 1929 un grupo de jóvenes coetáneas en los campos deportivos de la Sociedad Atlética de Madrid, quienes, en la búsqueda por una mejora de sus marcas, sustituyeron, a semejanza de los hombres, las molestas y viejas blusas de manga larga por novedosas y confortables camisetas de tirantes. Sin embargo, conseguir ese logro no fue fácil. Antes de que Aurora Villa, Margot Moles, Carola Ribed, Carmen Herrero o Lucinda Moles, pioneras del atletismo español, se convirtieran en modelo a seguir por sus cómodos atuendos, se tuvieron que dar una serie de acontecimientos previos. El primer paso lo dio el Instituto Escuela, la entidad académica creada en 1918 a la que pertenecían, como alumnas en la década de los años veinte, las citadas deportistas. La importancia de este centro privado, perteneciente a la renovadora Institución Libre de Enseñanza, es clave para entender el despegue del deporte femenino en España. El Instituto, aconfesional, formó a varias generaciones de estudiantes, llevando a cabo una función avanzada frente a la obsoleta enseñanza pública ya que sus profesores, que tenían que saber dos idiomas, visitaban periódicamente escuelas extranjeras para seguir formándose. Por ello, y siguiendo las ideas de los colleges ingleses y americanos, se potenciaron las excursiones, los deportes y la creación de asociaciones. La misión de los maestros era favorecer lo más intensamente posible el desarrollo físico e intelectual de sus alumnos. Por eso se incluyó la asignatura de Juegos y Deportes, inexistente en la educación pública, contratando a profesores de la talla de Rafael Hernández Coronado, Manuel Robles y Luis Agosti. Todos ellos en posesión del récord de España de su modalidad atlética: decatlón, triple salto y lanzamiento de jabalina, respectivamente. El siguiente progreso lo dio la Real Sociedad Gimnástica Española, quien organizó en septiembre de 1921 las primeras exhibiciones de atletismo femenino del país. Para ello contrató a deportistas francesas del Club Fémina Sport de Paris, que se encargaron de realizar en Madrid una demostración de sus conocimientos deportivos. Las jóvenes disputaron los 80 metros lisos, los 200 metros lisos, los relevos, la prueba de vallas, el salto de altura, así como diversas pruebas de lanzamiento. Por suerte entre el numeroso público que allí se congregó estaba el atleta Manuel Robles Rojas, quien quedó gratamente sorprendido con la demostración. Unos años después, en 1928, al obtener su plaza de profesor en el Instituto Escuela, intentó llevar a cabo esos ejercicios con sus alumnas. Hemos de anotar que hasta ese momento ninguna mujer española había realizado pruebas atléticas, a excepción de Vivianne Porteles, deportista con pasaporte español, que únicamente compitió en Francia entre 1926 y 1928. Después de retirarse de la competición, Manuel Robles se dedicó por completo a la dirección deportiva. Además de su plaza como docente, se encargó también del entrenamiento de la Sociedad Atlética Madrileña y de la Federación Deportiva de Bachillerato. Tras comprobar sobradamente la calidad de sus alumnas del Instituto Escuela —la gran generación de la que hablaremos en futuros artículos—, decidió federarlas y organizar, junto a la Federación Castellana, la primera prueba de atletismo femenino celebrada en España. Concretamente el 23 de junio de 1929. Más adelante, durante los años treinta, el atletismo se convirtió en una de las actividades deportivas con mayor presencia femenina, llegándose a celebrar varios campeonatos de España. Las citas de 1931 y 1932, que se disputaron conjuntamente con el campeonato de España absoluto de pruebas combinadas para hombres, fueron el momento más álgido de dicho despegue deportivo. Pero para llegar a ese alto nivel competitivo, las atletas tuvieron que superar numerosas adversidades. Una de ellas, la ropa. Por ello, en su afán por conseguir mejores marcas, Aurora Villa y las Hermanas Moles, sin pretenderlo, también hicieron historia en la moda deportiva al confeccionarse ellas mismas sus pantalones cortos y sus ajustadas camisetas de tirantes. Un hecho que no pasó desapercibido cuando las madrileñas compitieron en Portugal ante unas deportistas que vestían engorrosas faldas largas. Las atletas del Instituto Escuela, pioneras y especialistas en otras muchas disciplinas, igualmente llevaron esa indumentaria al resto de sus deportes, lo que supuso una auténtica revolución en las vestimentas deportivas del baloncesto, balonmano, hockey, tenis, etc. Pues en muy poco tiempo, en apenas dos años, la mayoría de las deportistas imitaron dicho comportamiento. De esa manera también elevaron su nivel de juego, provocando que el deporte practicado por mujeres consiguiera numerosos incondicionales y una alta visibilidad en los medios de comunicación.
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