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  • Foto del escritorJorge García García

Los Juegos Olímpicos, el último reducto del sexismo deportivo

Actualizado: 28 dic 2018

Han pasado más de ciento veinte años desde que Pierre de Coubertin, elbarón francés, retomara el viejo y noble ideal de la lucha deportiva como medio para conseguir la gloria mundial. Coubertin, queriendo emular a una de las muchas competiciones celebradas en la Grecia Clásica —los Panhelénicos se componían de Juegos Olímpicos, Píticos, Neménicos e Istmicos—, impulsó los primeros —los deportivos— a partir de 1896. En aquella cita inicial, celebrada en Atenas bajo el nombre de Juegos Olímpicos de la Era Moderna, se impidió la participación de las mujeres basándose en los ideales helenos primigenios. Y todo ello a pesar de que una mujer, perfectamente cualificada para la competición de finales del XIX, se presentó en el Estadio Panathinaiko queriendo disputar la prueba de maratón.

No la dejaron, obviamente, así que se presentó al día siguiente y realizó el mismo recorrido en solitario. Esa mujer era la griega Stamatha Revithi, y ni si quiera le reconocieron su logro.

Y es que los organizadores se basaron en que tiempo atrás, en el siglo VIII a.C., las mujeres no podían participar en dicha competición Olímpica; aunque eso no significara que las mujeres griegas —y las de otras culturas— no practicaran deporte y no tuvieran sus propios Juegos. Por supuesto que los tenían. En Grecia, sin ir más lejos, debían honrar a Hera con los Juegos Hereos —carreras femeninas de casi doscientos metros—, y así lo constató Pausanias en unos de sus libros sobre las tradiciones clásicas. Un hecho que pasó por alto Coubertin, y que corrigió, de forma superficial, en los Juegos celebrados en 1900. A partir de las olimpiadas de París, el barón ya permitió la presencia de las mujeres; aunque tan solo de forma anecdótica y en los elitistas deportes de golf y tenis.

Esa situación se mantuvo durante unos cuantos años, pues Coubertin no veía con buenos ojos la presencia de la mujer en tan noble competición. Por eso Alice Milliat, la deportista más activa del panorama francés, se plantó justo después de la Gran Guerra. Alice, harta de que las mujeres volvieran al hogar tras el importante papel que habían jugado en la vida social de 1918, tomó la decisión de crear la Federación Deportiva Femenina Internacional para organizar los Juegos Mundiales Femeninos, prueba que se convirtió en la enemiga máxima de los Olímpicos de Coubertin. Después de cuatro ediciones, Milliat consiguió su objetivo y las mujeres elevaron su presencia en los Juegos Olímpicos —aunque no lo deseado—.

Tal fue el crecimiento de las mujeres olímpicas a lo largo de los años, que en la última edición —la de Rio 2016— se puso fin a la falta de mujeres en todas las disciplinas deportivas. Con la incorporación de la categoría femenina al boxeo, por fin se cerró el ciclo batallador que inició Alice Milliat un siglo atrás. Aunque ese gesto, curiosamentec permitió que algunos deportistas, como los gimnastas o los nadadores de sincronizada, pasaran a estar en ese momento en el punto de mira del sexismo deportivo.

Ahora, en pleno siglo XXI, las tornas han cambiado. Y son ellos, los hombres, los grandes perjudicados por el Comité Olímpico Internacional. Y es que a pesar de que algunas federaciones de gimnasia y natación han comenzado a celebrar campeonatos con presencia mixta o masculina, los encargados de seguir con la obra de Coubertin siguen reacios a la participación de los hombres en la gimnasia rítmica o en antiguo ballet acuático.

España es una de las grandes perjudicas por este motivo. Nosotros, que desde hace muchos años hemos visto con naturalidad la participación de deportistas de ambos sexos —incluso hemos recibido a gimnastas de otros países para poder competir—, tenemos a varios hombres que no podrán cumplir su sueño de participar en unos Juegos a pesar de tener un nivel indiscutible. Uno de ellos es Pau Ribes, que, tras lograr el bronce europeo, llegó a conquistar el quinto puesto del mundial de natación sincronizada haciendo pareja con Gemma Mengual; clasificación que le hubiera permitido luchar por las medallas olímpicas.

Otros, por ejemplo, son los gimnastas Rubén Orihuela, Adrián Munuera, Iván Fernández, Gerard López y Álvaro Pradas, Ángel Darío Rodríguez, Juan Antonio Laguna o Crístofer Benítez… que año tras año acuden a su cita en el campeonato de España de rítmica. Y lo hacen con la misma ilusión que las mujeres, aunque ellos sepan que, de momento, no podrán competir en igualdad de oportunidades por la reticencia del sexista planteamiento olímpico.

Solo cuando las altas esferas comprendan que el deporte no tiene género, entonces podremos hablar de la tan ansiada igualdad efectiva en el deporte de competición. Mientras tanto, a seguir luchando.


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