Desde hace unos años, desde que la sociedad se ha dado cuenta que el deporte y las prácticas físicas son necesarias para el desarrollo completo del ser humano, en los parques y en las casas se ha producido una alteración de valores en cuanto a los juguetes de nuestros pequeños. No hace tanto tiempo, las niñas eran tratadas como seres frágiles. Y era bastante habitual que sus padres, después de enseñarles historias utópicas sobre princesas, quisieran para ellas una vida sin esfuerzo. Esas mismas niñas, con un ideal de feminidad estereotipado, eran alejadas sistemáticamente de cualquier contacto físico en el deporte. Nada de fútbol, nada de luchas y nada de pesas. Esos padres no sabían, o no querían saberlo, que sus hijas, a través de las prácticas físicas —sobre todo las de fuerza—, podían conseguir bienestar, energía y seguridad en sí mismas sin tener que dejar de lado cuestiones relacionadas con su vida personal. Porque los deportes, incluidos los de contacto —y esto hay que remarcarlo—, no están reñidos con las actividades que quieran realizar las mujeres en su vida privada. Por suerte para ellas, cada vez hay más padres que han entendido que los roles femeninos no deben parecerse en nada a los impuestos en tiempos pasados; y eso ha conllevado que las niñas, por fin, jueguen a gusto con kimonos y balones, ya sean redondos u ovalados. Gran parte de esta mejora se la debemos a pequeños grupos de hombres y mujeres, que vienen luchando desde hace un par de décadas para normalizar el noble deporte del rugby en la sociedad. En el caso femenino, concretamente, desde finales de los años ochenta. En esa época, carente de prensa y publicidad, el rugby practicado por mujeres en España fue tan minoritario que, a pesar de ser potencia internacional —quintas del Mundo y campeonas de Europa—, no consiguió el apoyo económico para disputar el torneo mundial de 1994. Increíble; y no por culpa de la Federación y los clubes, pues esta es una de las pocas especialidades que, no haciendo distinción de sexo, trata por igual las competiciones masculinas y femeninas. De hecho, la batalla se encaminó a corregir comentarios infames por la supuesta dureza y agresividad de la especialidad. Cuando la modalidad es todo lo contrario, pues este ilustre y técnico deporte —donde los valores y la educación son vitales— se basa en explotar las mejores virtudes de cada jugador. Ya sea velocidad, fuerza, o resistencia. Unos años después, con apenas varios centenares de licencias, nuestras jugadoras del equipo nacional ya les ponían las cosas difíciles a los todopoderosos equipos británicos. Pero eso no bastó para encontrar inversión económica y seguir con el progreso. En muy poco tiempo, en la primera década del siglo XXI, volvieron a surgir las dificultades para encontrar jugadoras; en España y en Salamanca. El motivo, como siempre, la falta de visibilidad en prensa. Sin embargo, un hecho provocó el resurgimiento del rugby practicado por mujeres hace un par de años. Entró dinero y apoyo por parte de instituciones gracias a la primera participación olímpica —la de rugby a siete—, y eso se tradujo muy pronto en mejores campos, mejores competiciones, mejores canteras, mejor preparación y, por último, mejores resultados. El rugby, donde la mayoría de practicantes son personas con estudios superiores, comenzó a tener visibilidad gracias a los patrocinadores; y los padres de las niñas que jugaban a ser princesas empezaron a ver con buenos ojos que sus hijas practicaran desde pequeñas un deporte olímpico. Sobre todo tras la final de la Copa del Rey de 2016, el partido que cambió la historia del rugby español tras llenar de público —incluido Felipe VI— el estadio vallisoletano José Zorrilla. Iberdrola, con su programa Universo Mujer, inyectó aquel año 3,5 millones de euros para potenciar el deporte practicado por féminas, y una de las modalidades más beneficiadas fue el rugby; otorgándole nombre y dinero a la principal liga nacional —compuesta por ocho equipos—. Eso ha provocado que muchas jugadoras de nivel, con ofertas del extranjero, se queden en España. Patricia García, reconocida mediáticamente en Oceanía, es el ejemplo más claro. Ahora mismo, los equipos punteros de nuestro país compiten con un nivel parejo a los europeos; al igual que sucede con Las Leonas de la selección, quienes además de obtener un diploma olímpico en su debut —séptimas en los Juegos de Rio 2016— están realizando un fabuloso año en las series mundiales. Y esos resultados tan magníficos son gracias a las flagrantes inversiones. Nuestras jugadoras no son profesionales, como las inglesas o las neozelandesas —donde hay leyes de mecenazgo deportivo para que las empresas inviertan en deporte—, pero con esa ayuda económica de la compañía eléctrica y con el apoyo de otras empresas como Joma, el orgulloso patrocinador de la selección femenina de rugby —mejor ver el emotivo video—, se ha conseguido elevar el número de practicantes en categorías inferiores. Y gracias a eso se puede afirmar que a este adictivo deporte, que ya lleva más de cien partidos internacionales en categoría femenina, aún le quedan muchos años de vida. En la ciudad del Tormes lo sabemos muy bien. Aquí no tenemos equipo en división de honor, pero sí en la categoría inferior, la que permite el ascenso a la principal competición. Allí despunta, desde hace años, la Universidad de Salamanca, que tiene más de treinta jugadoras entre el conjunto federado y la Escuela —jugadoras nóveles que están aprendiendo—. De ese modo, las mujeres representan casi la tercera parte del colectivo estudiantil. Así mismo, también disponen de una delegada —antigua jugadora— que realiza, a su vez, labores de segunda entrenadora. Por su parte, en las categorías de base, el Salamanca Rugby Club tiene jugadoras en los equipos mixtos sub 6, 8, 10, 12 y 16. Y aunque no posee un porcentaje muy grande de mujeres, el crecimiento que ha experimentado la entidad durante los dos últimos años ha provocado que las expectativas de futuro sean muy buenas. De hecho, gracias a los valores de este histórico club —fundado en 1972—, ya trabajan en él diversas mujeres. Lo hacen como entrenadoras y delegadas; siendo también destacada su participación en la directiva. Además, cuenta con un novísimo equipo sénior que disputa la liga de promoción regional. Y ese es el motivo por el que este 2018, con un gran trabajo de escuela, está siendo el año con mayor presencia femenina en los rectángulos de nuestra ciudad. Una última anotación. El rugby es un deporte fiel a sus valores —respetuoso, disciplinado, divertido y grupal—, que no entiende de sexos ni de edad. Es una disciplina para todos, y por eso las jugadoras —que trabajan a destajo para ello— piden mayor difusión de noticias; ofreciéndose a realizar proyectos educativos en colegios e institutos con el objetivo de promocionar un estilo de vida saludable. Por favor, déjenlas crecer como se merecen.
Las niñas ya no juegan a ser princesas
Actualizado: 23 feb 2018
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