Irene Martínez. Fotografía de Isaac Morillas
Si algo nos ha enseñado el deporte durante el último siglo de existencia, es la capacidad que tiene para cambiar la sociedad; para transformarla. El deporte no es otro elemento para conseguir la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, es la principal. Y lo es porque maneja unos instrumentos que son idóneos para calar entre personas desconocidas y clases opuestas, convirtiéndolo así en un idioma común y perfecto para el desarrollo de tan necesaria tarea. Me presento, que a eso he venido. Soy Jorge García, soy historiador, y durante los últimos años he investigado la historia del deporte español; tanto masculina como femenina. En todo este tiempo, he descubierto que el deporte tiene esfuerzo, sacrificio, disciplina, valor, dedicación, superación… Pero igualmente he aprendido que lo que no tiene es género, por mucho que utilicemos la acepción deporte femenino. Yo he sido el primero en utilizarla, lo reconozco, pero esta definición carece de sentido; y lo hace porque no existe un deporte para hombres y un deporte para mujeres, sino un mismo deporte practicado por uno u otro sexo o por ambos a la vez. Mi intención en esta columna semanal será exponer, con ejemplos y palabras, deportes y deportistas que realizan su labor en un espacio hasta ahora vetado para ellos, consiguiendo con su visibilidad la normalización de su conducta. Un trabajo que, en España, no se ha ejecutado de manera seria en la prensa deportiva y generalista, pues hasta ahora se ha utilizado un lenguaje excluyente acompañado de imágenes estereotipadas y sexistas. A día de hoy, tras el retroceso de la dictadura en cuanto a la diferenciación de sexos, son numerosos los deportes que nuestra mente asocia a uno u otro género. Es casi instintivo. Hagan la prueba y visualicen rápidamente las siguientes cuestiones: ¿rugby?, ¿gimnasia rítmica?, ¿artes marciales?, ¿natación sincronizada?, ¿automovilismo?... ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué asociamos el rugby como deporte varonil? Porque no estamos acostumbrados a ver en los medios de comunicación a hombres lanzando al aire una cinta o a mujeres poniendo su coche a más de trescientos kilómetros por hora. Y las hay, sirva aquí el primer ejemplo. Danica Patrick, piloto en la fórmula Nascar, es la cuarta deportista mejor pagada del mundo. Ronda Rousey, luchadora de artes marciales mixtas, es la tercera. Y ambas lo han conseguido en especialidades tradicionalmente asociadas al varón. ¿Problemas en su país de origen? Ninguno ¿Problemas en el nuestro? Falta de visibilidad. Aquí va un dato histórico de nuestro país. En los años veinte del siglo pasado, la fuerza y los deportes relacionados con ella estaban asociados a los hombres. Pero un grupo de mujeres rompió ese precepto y se lanzó a la conquista de la sociedad. Fueron miles las mujeres españolas que se echaron a la calle para llenar estadios y gimnasios. Con su tesón, consiguieron que la sociedad, a través de la prensa, les hiciera un hueco durante la década posterior. Por aquellos días, atletas y deportistas de disciplinas tan variadas como boxeo, lucha o lanzamientos se ganaron a pulso ser portadas de los principales periódicos nacionales. Sin embargo, ese pensamiento primitivo de la fuerza para ellos y la sensibilidad para ellas se recuperó en España tras la Guerra Civil. A partir de aquel momento, además de imposibilitar el deporte profesional para la mujer —se produjo el fin de las raquetistas—, se desaconsejaron el fútbol, el atletismo, el ciclismo y toda clase de deportes de contacto, aconsejándose otras especialidades para la no masculinidad del cuerpo femenino; véase gimnasia, baloncesto, voleibol, balonmano, hockey, natación, esquí, piragüismo, equitación o tenis. Este lastre, por desgracia, lo seguimos arrastrando a día de hoy. Y es momento, en pleno siglo XXI, de acabar con él; es momento de avanzar como sociedad y de terminar con los estereotipos que dicen que las mujeres, al practicar deportes tradicionalmente masculinos, pierden su feminidad. No, no lo hacen. Y nada tiene que ver la sexualidad de cada persona en el deporte a realizar. «Las mujeres que practican boxeo, rugby o fútbol son lesbianas», se dice por ahí sin ningún pudor. Pues no, no lo son. Es verdad que hay homosexuales, pero también es verdad que hay boxeadores y jugadores de esos deportes que son gais. ¿Conclusión? El deporte no tiene género y los gustos sexuales no están relacionados con la práctica deportiva. En el pasado hemos visto árbitros, entrenadores y directivos que gestionaban el deporte practicado por mujeres. A partir de ahora, en esta columna, vamos a rebuscar en los campos, en los pabellones y en las pistas para visibilizar, de forma justa, a todas esas hembras que dirigen y administran el mal llamado deporte masculino. Porque existen, y porque no son una rara avis. Por suerte, hay equipos y clubes en nuestro país que ya han comenzado a solventar las abismales diferencias que hasta ahora se daban por razón de género. Uno de los más mediáticos ha sido el equipo de ciclismo Movistar, quien ha equiparado su escuadra femenina con la sección masculina. Es decir, cómo la mayoría de equipos de los países socialmente desarrollados. Más allá de los sueldos —que trataremos otro día—, el conjunto español ha presentado a todos sus corredores, sin distinción de sexo, en una rueda de prensa única. Coloquio en el que se explicó que ellas tendrían los mismos recursos que ellos para afrontar el exigente calendario internacional, un gesto que simboliza a la perfección lo que debe ser la igualdad entre mujeres y hombres en el deporte. Estas buenas prácticas deben ser el motor que haga caminar de la mano a hombres y mujeres en el deporte, siendo, como dije al principio, la mejor manera de alcanzar la igualdad dentro de la sociedad.
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