En julio de 1936, cuando se esfumó el sueño olímpico de numerosos deportistas españoles, una delgada línea separó a Fabián Vicente del Valle de la muerte. Para quien no lo sepa, hay que recordar que nuestro titán, aunque era estudiante universitario, también pertenecía a la Guardia Civil en aquel fatídico momento; por eso el día del estallido bélico, cuando preparaba su marcha a los Juegos Populares de Barcelona, tuvo que presentarse en la comandancia de la plaza de Colón. De haberlo hecho en la Ciudad Condal, hubiera sido asesinado por sus convicciones políticas y religiosas; junto a compañeros de armas como el general Aranguren. Pero por suerte, se presentó a filas en Salamanca. Aquí, gracias a sus conocimientos químicos, fue designado jefe del equipo contra incendios de la ciudad, siendo enviado al cuartel militar situado junto a la plaza de Toros. Y el azahar, caprichoso, quiso que precisamente en esa misma plaza de la Glorieta volviera a calzarse los guantes de boxeo durante la Guerra. Aprovechando el tirón mediático que tenía dicho deporte, la Falange decidió que los dos principales pesos pesados del país —Fabián y Paulino Uzcudun— recorrieran la España sublevada para recaudar dinero con el que alimentar a los huérfanos. Y así sucedió. Durante varios meses de 1937, los suficientes para celebrar una decena de combates, Fabián Vicente del Valle y Paulino Uzcudun, aspirante a la corona mundial, realizaron una gira demostrando sus habilidades sobre el ring. En el caso de Salamanca, como ocurrió en Valladolid o Sevilla, se registró el cartel de “no hay billetes”. Justo después de esa tournée, Fabián ascendió en la escala militar y se convirtió en oficial de Aviación; ocupando a su vez, tras finalizar la Guerra, un puesto organizativo en la Federación Nacional de Boxeo. Allí ejerció como vicepresidente, como vocal —corroborando la legalidad de los combates— y como seleccionador nacional. En 1945, tras haber terminado su carrera de Químicas, se marchó a la histórica Escuela Gimnástica de Toledo para realizar el curso de Profesor de Educación Física. Y en esa misma instalación, como máximo conocedor del deporte de las doce cuerdas, también se dedicó a escribir el primer libro español sobre boxeo. Una pieza valiosísima, redactada en aquellos años de posguerra, que a día de hoy sigue siendo la obra más perfecta acerca de la técnica pugilística. A partir de ese momento, su vida se centró en buscar a boxeadores amateurs por todo el país para que representaran a España en las olimpiadas de Londres. Recorrió el mundo entero celebrando combates que sirvieran de preparación a sus poulains. Trabajo a destajo. De hecho, patentó un modelo de guante que mejoraba la unión del dedo pulgar con la palma. Además, escribió numerosos artículos sobre el pugilismo. Por todo ello recibió el principal galardón del deporte español: el premio Fernández Cuesta otorgado por el diario Marca. Con esa labor, y tras conseguir que su púgil Luis Martínez lograra el Guante de Oro de Chicago —el título de campeón del mundo amateur del peso mosca—, se personó por fin en unas olimpiadas. Para su sorpresa, Londres le tenía reservado en 1948 el privilegio que Berlín le había quitado en 1936. Fabián, que partía con todas las papeletas para el oro durante su etapa como boxeador, fue el elegido por el Comité Olímpico Español —la llamada Delegación Nacional de Deportes— para ser el representante máximo de nuestro deporte durante la jornada inaugural celebrada en Wembley. Ante 80.000 espectadores y frente a las cámaras de la televisión británica, desfiló con la rojigualda entre sus manos. Lo hizo con el Rey Jorge VI en las gradas, y con los principales deportistas del mundo a su alrededor. A su vuelta, siguió con la preparación de sus pupilos; los llevó, durante un nuevo ciclo de cuatro años, a competir de forma exitosa por Europa y África. Sin embargo, la Delegación decidió que no podía enviar representación pugilista a los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952 y aquel varapalo provocó que Fabián optase por cambiar de deporte. Un par de años antes, de manera pionera, se inscribió en el primer curso de judo celebrado en España. Junto a una decena de compañeros, soportó estoicamente las miradas de los madrileños para comenzar en el novedoso arte nipón. Fabián ya lo había practicado en Salamanca durante los años treinta, cuando le iniciaron unos compañeros japoneses de la facultad. FABIÁN cinturón negro Por eso, poco tiempo después de abandonar la selección de boxeo, y aprovechando su conocimiento físico deportivo y su inteligencia, publicó el primer libro escrito en español sobre judo y defensa personal. Una obra, que al igual que la de boxeo, superó cualquier expectativa editorial. Tras numerosas ediciones, se convirtió en la referencia sobre la materia. De hecho, la Delegación Nacional de Deportes decidió otorgarle a Fabián todo el poder en la recién creada Delegación Nacional de Judo, un departamento de la Federación Española de Lucha. Y al tiempo, otorgarle como premio una vicepresidencia. Se lo ganó a pulso, pues durante más de una década trabajó sin descanso para elevar mediáticamente a un deporte desconocido. Organizó los primeros campeonatos nacionales; consiguió traer a los mejores yudocas y senseis japoneses a nuestro país; representó a España en los congresos mundiales; e incluso logró traer el campeonato de Europa de 1958, que se celebró, de forma mítica, en Barcelona. Igualmente llevó el deporte a los colegios, a las universidades e incluso al cine, con reportajes semanales en el nodo. El judo, en apenas unos años, se convirtió en el deporte de moda gracias a Fabián, quien, tras conseguir su cinturón negro, ejerció la docencia. Tal volumen de trabajo generó el judo, que logró obtener en 1965 una federación propia. Con el trabajo hecho, Fabián dejó paso a una nueva generación; accediendo él a la presidencia de la Federación Española de Lucha e incorporándose, por primera vez, al Comité Olímpico Español. Empleo que, como veremos en el siguiente y último capítulo de su vida, solapó con el deporte militar; lugar donde llegó a ser campeón del mundo de fútbol gracias a los goles de Ufarte, Gallego y Fusté, subordinados suyos y jugadores del Atlético de Madrid, Real Madrid y Fútbol Club Barcelona.
Fabián, el deportista más grande de Salamanca (II)
Actualizado: 23 feb 2018
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