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  • Foto del escritorJorge García García

Doryoku



A lo mejor les suena raro este vocablo, pero al menos lo pueden pronunciar. Peor sería que el artículo lo hubiera titulado 努力. Aunque en realidad significaría lo mismo, pues esa palabra japonesa simboliza esfuerzo en castellano.

Y esfuerzo, en nuestro rico idioma, es sinónimo de afán, vigor, brío, valor, ahínco, impulso, sacrificio, sudor, trabajo o empeño; tareas que lleva haciendo desde hace años el club de judo más importante de los cincuenta existentes en Castilla y León. Esa entidad, por si no lo saben todavía, se llama Dorioku; y se dedica a impartir conocimientos deportivos en colegios de Salamanca, ayuntamientos de nuestra provincia y gimnasios históricos de la ciudad —véase Zarza o Yoko Gake, fundados por los hermanos Valeriano y Vicente Zarza en los años sesenta—.

Para adentrarles en el camino de la flexibilidad, les anoto que el judo en España lo practican asiduamente más de cien mil personas —el doble que el karate o el taekwondo—; y ese es el motivo por el que somos una potencia mundial, especialmente en categoría femenina. Destaco este punto porque hay que tener en cuenta que solo el 20 % de todos los federados españoles son mujeres —casi 22.000—; un porcentaje que también se repite en Castilla y León, comunidad en la que un millar de hembras se anudan el judogi cada semana.

Esa cifra puede parecer escasa, pero es creciente y progresiva desde los años noventa. Y reflejo este dato porque el judo, tras muchos esfuerzos del maestro Jigoro Kano, tan solo fue introducido en las olimpiadas para la categoría masculina. El noble arte japonés, igual que otras disciplinas importadas del ámbito militar, relegó a las mujeres a un segundo plano desde Tokio 1964; y ellas no tuvieron participación olímpica hasta los Juegos de Barcelona 1992.

Sin embargo, a pesar de esos treinta años de retraso, las féminas se incorporaron muy bien a la disciplina. Especialmente las españolas, que en apenas unas décadas consiguieron cinco de las seis medallas logradas por el conjunto nacional en la competición reeditada por el barón de Coubertin.

Ese es uno de los motivos que han ayudado a que las niñas, a día de hoy, practiquen en igualdad de condiciones el deporte más completo para su desarrollo humano. Otro de los motivos, es que además de su valiosa vertiente física —fortalecimiento óseo, aumento de musculatura, mejora en la elasticidad de tendones, agilidad o resistencia— el judo es la única modalidad que potencia al máximo la mente de los adolescentes.

De hecho, el dominio de este arte genera un alto desarrollo integral de la persona. Y escribo esto porque el judo no solo permite una eficaz coordinación y psicomotricidad de la persona, sino que genera confianza en uno mismo, estimula la creatividad y la concentración, aumenta el desarrollo intelectual y fomenta valores tan importantes como la modestia, la cortesía, el coraje, la sinceridad o el respeto. Valores que se descubrieron tiempo atrás, cuando los primeros maestros nipones comenzaron a llegar a nuestro país.

Algunos de ellos lo hicieron en los años treinta del siglo pasado, cuando vinieron a estudiar a la Universidad de Salamanca e impartieron aquí sus primeras nociones sobre el arte marcial japonés. Allí estaba Fabián Vicente del Valle, salmantino y estudiante de Químicas, que con el tiempo se convirtió en el primer dirigente del judo español —al amparo de la federación de lucha—. Fabián, con su brillante gestión, sentó las bases a partir de 1951 para que este bello deporte creciera como la espuma hasta llegar al nivel de nuestros días. Estuvo al frente del departamento desde su creación, con apenas trescientos practicantes, y llevó la disciplina a colegios y universidades para darla a conocer a toda la sociedad. Además, gracias a su libro Defensa Personal, explicó la importancia de los valores del judo en ambos sexos. Fabián, además de llevar a los mejores españoles por toda Europa y organizar en Barcelona el campeonato continental, se encargó de contratar a los mejores maestros para que ofrecieran sus conocimientos en nuestro país; trajo al francés Yves Klein y a los senseis japoneses Ichiro Abe, Kiyoshi Mizuno, Kazuhisa Sato y Haku Michigami. Y con ello consiguió que los valores del judo —respeto y honor, entre otros— se expandieran por toda la geografía española con rigor.

Esos valores los hemos vuelto a ver este fin de semana en nuestra ciudad, cuando el pabellón de Würzburg, a pesar de la competencia generada por la Media Maratón, registró un lleno hasta la bandera para que amigos y familiares de la gran familia del judo se deleitaran en el V campeonato social del Doryoku, la principal entidad salmantina. Los allí presentes —junto a los treinta jueces y más de cien voluntarios— disfrutaron con los numerosos movimientos de las parejas inscritas, demostrando en binomios las técnicas ya trabajadas a lo largo del año. El mítico escenario de parqué, acolchado en rojo y azul para la ocasión, permitió que la cifra de yudocas alcanzara este año la friolera de setecientos catorce participantes, un tercio de ellos mujeres.

Lo de este domingo es solo un ejemplo de que el judo el algo más que un deporte, pues en los últimos años, con la encomiable labor educativa de Fernando Díaz Sánchez y Ricardo Martín Pérez, se ha triplicado el número de licencias y, sobre todo, se ha aumentado el número de féminas en los tatamis charros. A mi modo de ver, elemento clave para la igualdad de la mujer por la autoconfianza que le proporciona una modalidad de combate.

Actualmente, gracias al esmerado y metodológico trabajo del Doryoku, son 182 mujeres —11 adultas, 33 adolescentes y 138 niñas— las que se han internado en los dojos salmantinos para emular a Miriam Blasco —campeona olímpica y del Mundo—, Almudena Muñoz —campeona olímpica y plata mundial—, Isabel Fernández —oro olímpico, mundial y europeo entre otros muchos logros—, Yolanda Soler —bronce olímpico—, María Bernabéu —diploma olímpico y plata en el campeonato del Mundo— o Sara Álvarez Menéndez —diploma olímpico, plata mundial y oro europeo—.

Ojalá, algún día, el esfuerzo de las yudocas de todos los tiempos sirva para que hombres de otros deportes comprendan que el potencial y la fuerza de las mujeres son imparables. En el judo, y en cualquier otra disciplina.

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