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Foto del escritorJorge García García

Cuando el maillot de líder era naranja



Los que nacimos en los años ochenta, y las generaciones anteriores, aún guardamos en algún cajón de casa las chapas —o platillos— con las fotos de nuestros héroes de juventud. Esos ciclistas, que parecían seres humanos hechos de otra pasta, fueron para nosotros referentes e iconos en aquellos días. Recuerdo que, durante las semanas de verano, tenía la misma rutina diaria: por la mañana, carrera con la Motoretta y la California simulando ser ciclista; a mediodía, viendo alguna gran Vuelta frente al televisor; y por la tarde, disputando una etapa a las chapas con la pandilla. Los que somos de Salamanca, por suerte, siempre tuvimos héroes locales para elegir cuando queríamos jugar a ser ciclistas. La generación anterior a la mía tuvo como gran referente a Agustín Tamames. Nosotros tuvimos más opciones; pudimos elegir entre Lale Cubino, Santi Blanco, Roberto Heras, Dori Ruano o Fátima Blázquez. Si jugábamos a mecánicos, elegíamos a Luis Luengo. En ocasiones contadas, también tuve la suerte de ver a otros ídolos en persona. Lo hice cuando llegaban a la ciudad, cual circo ambulante, las caravanas de las grandes Vueltas. De cerca, cuando salían de la ciudad; de lejos, cuando había meta; y de refilón, cuando pasaban de largo. Lo que hoy os vengo a mostrar, es que nuestros abuelos también pudieron elegir a sus ciclistas favoritos. Y lo que es más curioso, lo hicieron precisamente con las mismas carreras disputadas en nuestra provincia. Como veremos más adelante, las Vueltas a Salamanca, Castilla y León, y España, con sus variantes, tuvieron su origen en la década de los años treinta. Aunque antes, desde finales del siglo XIX, el deporte de las dos ruedas ya tuvo presencia en la capital charra. La primera referencia data de 1895, con el anuncio de tres carreras de la Unión Velocipédica Española: a Zamora, Ávila y Madrid. Un año después, en los I campeonatos provinciales, se distinguieron los ciclistas Emiliano Alonso, Gustavo Sierra y Sagardia, este último ganador de la prueba sobre una máquina Quadrant, la misma marca que montó en nuestra ciudad, en 1897, una tienda para la venta de sus bicicletas. Por aquellos días, el ciclismo en Salamanca tenía un gran club presidido por José Durán y secundado por Venancio Gombau. Organizaban las carreras en los grandes paseos de la ciudad, realizando pistas de 500 metros de largo por 15 de ancho, con una división central para ofrecer a los cientos de curiosos dos hermosas rectas. Además, en los giros, ponían peraltes de madera e instalaban tiendas sanitarias de campaña, las cuales eran atendidas por el boticario Ángel García Ruiz. Antes de terminar el siglo, se fundó en la ciudad otra sociedad: El Pedal Salmantino, cuya sede se encontraba en el café Suizo. Y más tarde, en 1904, gracias a las gestiones de Miguel Madruga, continuó el auge del ciclismo en la provincia; especialmente con carreras populares a Peñaranda. La afición no cesó en décadas posteriores. En 1913, se creó la sección ciclista dentro del Club Deportivo de la ciudad —dirigido por Ventura Sánchez Tabernero y Pablo Unamuno—. Dos años más tarde, Los Exploradores Salmantinos —primeros boy scouts— introdujeron el deporte entre la juventud. Y la famosa Unión Deportiva Española, tampoco pudo resistirse a fundar su sección de ciclismo en 1923. Fuera de nuestra ciudad, el Ayuntamiento de Valladolid organizó durante las fiestas de 1931 su primer Gran Premio. En aquella edición, y en las dos sucesivas, el entusiasmo general provocó la incursión del público en la zona de meta tras la llegada de los corredores. A petición popular, el Valladolid Ciclo Excursionista ideó la I Vuelta a Castilla en septiembre de 1934. La primera jornada, con salida a las seis de la mañana, se disputó sobre 156 kilómetros entre Valladolid y la plaza Mayor de Salamanca, recorriendo previamente Zamora y Toro. La segunda, con un total de 215 kilómetros, marchó entre nuestra ciudad y Madrid. Y la tercera, tras jornada de descanso, entre la capital de la República y Valladolid, previo paso por el puerto de Navacerrada y Segovia —198 kilómetros—. Antonio Escuriet ganó, además de la general, la primera etapa —33,4 km/h—, Cardona la segunda —32,6 km/h— y Ezquerra la tercera —30 km/h—. Los tres pertenecían al mismo equipo, y fueron, naturalmente, quienes coparon los primeros puestos de la edición. A cambio obtuvieron 1.000, 600 y 450 pesetas respectivamente. Al resto de corredores, les asignaron diez pesetas diarias de dieta. Aquel evento animó a nuevas empresas en el panorama nacional, y el diario Informaciones, con la maestría de su redactor deportivo Rienzi, organizó pocos meses después la I Vuelta a España —mayo de 1935—. Aunque las primeras etapas las ganaron Escuriet y Cardona, la victoria final fue para Gustavo Deloor, con 120 horas y 7 segundos, a una media de 28,6 kilómetros por hora. El belga superó al español Mariano Cañardo, que fue segundo, con algo más de 13 minutos de ventaja, y eso le valió para conseguir así el ansiado maillot naranja de vencedor. La dureza de la prueba, con diez etapas de recorrido superior a 250 kilómetros, unido a las condiciones de las carreteras y las pesadas bicicletas, conllevaron que de los 50 corredores iniciales —más de 30 españoles—, solo llegaran 29 ciclistas a la línea de meta. En aquella cita inicial, los corredores pasaron por Salamanca el día 14, durante la penúltima etapa. Lo hicieron a las dos de la tarde, mientras recorrían el trayecto entre Cáceres y Zamora. Desfilaron por el puente Enrique Estevan con destino al paseo de la Glorieta, donde se hallaba el control de firmas. Sin embargo, los corredores no pudieron parar. El público rompió el cordón de fuerzas e impidió que los ciclistas detuvieran su marcha. Ese éxtasis fervoroso, provocó que Salamanca se tornara en pieza clave durante la II Vuelta a España —mayo de 1936—. De hecho, la etapa inicial se disputó entre Madrid y la plaza Mayor de nuestra ciudad tras un severo paso por el puerto de Guadarrama. Y la segunda, partió de la localidad charra para llegar a Cáceres. Lo hizo sobre 214 kilómetros de carreteras y caminos desagradables, lo que provocó que la mitad del pelotón llegara muy descolgado a meta. Por su parte, el Ciclo Club Excursionista de Valladolid, en vista del éxito de la primera edición, ultimó el programa de la II Vuelta a Castilla con seis jornadas. Pretendía realizarlas, con la ayuda económica de El Norte de Castilla, entre los días 9 y 15 de septiembre de 1935. Nuestra ciudad iba a ser sede de las dos últimas etapas: Madrid-Ávila-Salamanca y Salamanca-Zamora-Valladolid. Sin embargo, la retirada a última hora del periódico alegando falta de apoyo institucional, provocó la cancelación del evento una semana antes del comienzo. Con los corredores preparados para recorrer la estepa castellana, La Gaceta Regional se ofreció unos días después para organizar la I Vuelta a Salamanca, entre el 19 y el 21 del mismo mes. Aquella primera edición, con 2.000 pesetas en premios, levantó ampollas en el pelotón nacional, pues el diario hizo coincidir la prueba con el campeonato de España de fondo en carretera, disputado en Valencia sobre 150 kilómetros. Por ese motivo, la cita nacional no contó con la participación de las dos figuras de la época: Julián Berrendero —ganador de dos vueltas a España y vencedor de la montaña en el Tour de Francia— y Fermín Trueba —triple campeón de España—, quienes prefirieron correr la Vuelta a Salamanca. Por tal motivo, y ante el nivel adquirido, los cinco corredores locales del Plus Ultra decidieron no tomar la salida. La edición inicial tuvo tres etapas: la primera, sobre 139 kilómetros, entre la capital del Tormes y Ciudad Rodrigo, pasando por Ledesma y Vitigudino. La segunda, con 96 kilómetros, entre Ciudad Rodrigo, Sequeros y Béjar; y la tercera, sobre 136 kilómetros, desde Béjar hasta Salamanca, pasando por Alba de Tormes y Peñaranda. En aquella prueba, conquistada finalmente por Berrendero, el ganador se llevó además un lote de soberbios chorizos. Ahora tendré que averiguar que premio consiguió Miguel Indurain tras ganar la edición de 1983, pero mientras tanto desempolvaré las chapas —y la bici— para enseñarle a mi hijo a ser ciclista.

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